Era nuestro último día de surf así que nos levantamos pronto para aprovecharlo al máximo. Rezamos todo lo que pudimos para ver si teníamos una buena sesión de despedida.
Nos preparamos un buen desayuno, cogimos las cosas y salimos pitando del piso en busca de la sesión del viaje.
Laura y Nahum decidieron ir andando hasta Anchor Point. Nosotros llegamos antes y vimos que no había nada de nada, nos entró un bajón increíble al ver que no íbamos a poder surfear nuestro último día.
Carlos se salió del coche cuando vinieron estos dos y se fueron los tres andando hasta Le Source. Pablo y yo seguíamos con nuestro Logan.
Dejamos el coche en el descampado de siempre y pudimos ver una izquierda que rompía, bastante limpia y chula pero no era en Le Source, era al otro lado antes de llegar. Se veía poca profundidad y una gran lastra con piedras que cubría el fondo marino.
Nos asomamos a Le Source para comparar. Vimos una olita bastante chula pero algo floja.
Entonces lo vimos claro, Killer Point partía la pana. Estaba cayendo una ola de derechas de 2 metros y medio muy limpia. Carlos y yo nos apresuramos para ponernos el traje e irnos corriendo mientras que Pablo y Nahum se quedaron en el pico de en frente del coche, el primero que vimos.
Para llegar hasta el pico tuvimos que andar, bordeando el acantilado gracias a la marea baja, unos 10 minutos. Pasábamos por las cuevas y yo me paré para dejar una parte de mí mientras Carlos seguía andando perdiéndome de vista.
Llegamos a un punto donde el agua no nos dejaba pasar pero aún estábamos lejos del pico, así que decidimos abrocharnos el traje y meternos al agua.
Carlos dejó su tabla en la arena para ponerse el traje pero el muy espabilado no se dio cuenta de que venía una serie de olas. La tabla se estampó contra el acantilado mientras yo le pegaba la bronca. Me miró con cara de circunstancia y empezamos a reírnos.
Ya remando, bajo nuestras tablas podíamos ver, a través del agua cristalina, una lastra de dimensiones infinitas que se metía muy adentro. Ahí es cuando entendimos lo bien que rompía aquella ola, no existía ni una pizca de arena en el fondo.
Estuvimos un buen rato remando en diagonal para llegar hasta el pico. Veíamos como las series rompían a nuestro lado y nos dimos cuenta de que aquella ola se parecía mucho a La Punta, el pico de Alicante. Esa forma de cuchara que tenía entre el límite de dos playas nos hizo creer que estábamos como en casa, pero con derechotes.
Nos pegamos una buena sesión Carlos y yo. Unos takeoffs en el aire muy chulos, cutbacks y reentries a punta pala y como no, nos pegamos unos piñotes muy serios. El takeoff del momento se lo llevó Carlos, poniendo los pies sobre la tabla cuando estaba suspendido en el aire mientras giraba para bajar el derechón que le estaba empujando. Yo me llevé la ola más larga, en la cual me dio tiempo a hacer unos cuantos cutbacks y un par de giros chulos en la cresta.
Disfrutamos como grandes enanos aquellas 2 horas de surfing con aquella ola tan potente. Estábamos solos así que íbamos una detrás de otra.
Al cabo del rato vinieron dos personas, un australiano y un anti social con pintas de pro; entonces empezó a subir la marea. Con el cambio la ola desapareció de repente y nos vimos flotando, en medio del océano con una remada larguísima para llegar a la playa. Ya no podíamos salir e ir andando hasta la costa, tuvimos que salir remando desde el pico.
Nos las vimos bastante putas para salir de allí, estuvimos 25 minutos remando contra corriente hasta La Source.
Cuando llegamos a la orilla vimos que estaba cayendo una mini ola de medio metro muy chula, así que nos quedamos un rato más a juguetear. Nahum y Pablo se animaron y se metieron con nosotros.
Al rato salimos para ir al pueblo y comer algo. Queríamos recuperar fuerzas para pegarnos otra sesión por la tarde.
Llegamos a Taghazout, compramos pan de pita, wakamole, tomate y fruta. Nos preparamos como unas pizzas con una capa de wakamole y rodajas de tomate, estaba buenísimo (gracias Nahum y Laura). Yo preparé la ensalada de frutas con kilos y kilos de azúcar para espabilar.
Un poco de siesta, pues Carlos y yo estábamos sin brazos de tanto remar, y nos pusimos en marcha. Nos dirigimos a Banana Village. Dejé allí a Carlos y a Pablo para volver al pueblo y recoger al resto.
Justo antes de entrar al pueblo, tomando la última curva iba conduciendo con una sonrisa de oreja a oreja, cual niño con una bolsa repleta de caramelos. Podía ver a Nahum y a Laura sentados en una repisa esperándome cuando de repente cogí un bache con el coche, yo seguí como si nada, pero el policía que estaba en la entrada del pueblo se me quedó mirando sospechosamente. Nahum y Laura no podían parar de reír. - Pero, ¿qué pasa? - dije yo. Entre risas me comentaron la jugada. Al parecer iba yo tan feliz con mi sonrisa de oreja a oreja cuando pillé el bache de la carretera y entonces se me abrió el maletero sin yo darme cuenta, por eso el policía me miró de aquella forma pero yo, seguía siendo el chaval más feliz del pueblo.
Después de unas risas metimos las tablas en el coche y nos fuimos corriendo para pillar nuestras últimas olitas.
Cuando llegamos vimos una olita de un metro súper glassy y divertida. Nos fuimos todos al agua con aquel calor sofocante.
A Carlos y a mí nos entró un ataque de risa muy serio, como no. Estábamos haciendo el payaso imitando al Andy Irons del viaje y después de la situación bautizada como “Ojo ola, ¡cuidado teta!” (que no pienso explicar) no pudimos surfear durante 5 minutos, no no, no podíamos movernos por culpa de aquel ataque que casi nos ahoga. Fue increíble.
Estuvimos toda la tarde surfeando y algo nostálgicos tras saber que aquella iba a ser nuestra última tarde pillando olas en la costa de Marruecos.
Pablo se salió y al rato me salí por fuerza mayor, pues me mordí la lengua al intentar salir de un tubo que me cerró a traición. Carlos se quedó un rato más en el agua.
Laura y Nahum llevaban un rato fuera así que Pablo les llevó al pueblo mientras Carlos seguía pillando sus últimas olas. Yo me quedé fuera, envuelto en la toalla y con el bañador empapado viendo a mi colega surfear.
En cuanto Pablo volvió, nos pusimos los tres mirando al horizonte con las sonrisas en la cara, nos metimos en el coche y nadie dijo nada hasta que llegamos al pueblo. ¡Hasta la vista Moroccan Surf!
Volvemos todos a casa para comentar la sesión, ducharnos y recoger las cosas.
Era nuestra última noche allí por lo que decidimos pegarnos un buen festín en nuestro restaurante de siempre. Nos pedimos para cenar tajine de cuscús, verduras, carne y pinchitos de pollo con patatas fritas. Para finalizar unos crepes de chocolate y té de menta a cuenta de la casa. Estaba todo delicioso.
Con las barrigas llenas nos despedimos de la gente del restaurante que tan bien nos habían atendido, fuimos a casa de Abdul para darles un abrazo a él y a Marcus (al final le perdonamos los 50 dirhams) y volvimos a casa para terminar de recoger las cosas.
Se nos acabó el chollo y el ramadán. Era la fiesta de clausura, la noche en la que no duermen y se pasan la madrugada comiendo y bailando.
Buenas noches.
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