31 marzo 2014

Morocco, episodio 10



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Nos pusimos en pie a las 8 y media de la mañana. La pobre Laura estuvo vomitando toda la noche.

Recogimos lo que nos quedaba, los neoprenos mojados, las quillas desmontadas de las tablas; estaba casi todo listo para irnos. Dejamos las llaves en casa de Mohamed como nos había dicho, nos acercamos a las verja de su casa y las lanzamos para adentro.

No había nadie por las calles del pueblo, estarían todos descansado después del festival nocturno que se pegaron.

Ya encaminados Pablo llamó a Mohamed para devolver el coche. El pobre hombre estaba durmiendo y Pablo entre gritos y repeticiones no logró aclararse con él.

Paramos en Agadir para dejar a Nahum y a Laura que iban a seguir su camino. Unos cuantos abrazos y con algo de pena nos despedimos de ellos. ¡Qué buena gente!

Encaminados hacía Marrakech fue como si todos los marroquís viniesen a despedirnos. Había un montón de gente por todas partes, no se podía avanzar por la carretera pues estaba todo colapsado debido al ramadán.

En mitad de la autovía decidimos hacer una parada para cambiar de conductor y echar una meadita. Estiramos las piernas y me puse al volante para seguir el camino. A los pocos segundos nos cruzamos con la policía, ¡por los pelos! no queríamos saber qué nos hubiese pasado si nos hubieran visto meando en el arcén.

Hacía un calor insoportable, casi era mejor subir las ventanillas que mantenerlas bajadas.

Nos estábamos quedando sin gasolina así que decidimos tomar la siguiente salida. Suerte la nuestra que era justo esa salida la que teníamos que coger para desviarnos hacia el aeropuerto.

Volvemos al modo arcade, con miles de coches y motos por todos los lados. Hubo un momento que una grúa nos adelantó y nos quedamos mirándola. Llevaba un coche remolcado por la parte delantera con una mujer al volante y una niña en el asiento del copiloto. El marido iba junto al conductor de la grúa y notamos que algo fallaba en aquel enganche. La grúa continúo y nosotros paramos a poner gasolina.

Al rato volvimos a coger la carretera y vimos como la grúa arrancó el parachoques delantero del coche que remolcaba. Menuda estampa; todo el camino lleno de trocitos de coche y este tirado en medio de la calzada. Si es que no parábamos de ver cosas, no pudimos contener la risa.

Llegamos al aeropuerto sanos y salvos para devolver nuestro Sublime-car y con una hora de antelación, así que genial. Incluso nos llevaron el equipaje hasta la puerta oye.

Dentro del aeropuerto empezamos a ver a la gente típica de Alicante, con esas caras y esa educación tan peculiar. Facturamos las tablas mientras nos peleamos con un abuelo que intentaba colarse. Ya estábamos de vuelta a la rutina.

Nos quedaba un buen rato hasta que el avión saliese así que nos gastamos nuestras últimas monedas en unos bocatas y algo de beber.

Hubo un poco de retraso así que la gente ya estaba algo nerviosa. Se levantaron todos de sus asientos para empezar a hacer la cola en una de las puertas que supuestamente eran. No teníamos claro si era en esa o en la puerta donde nosotros estábamos así que nos pusimos detrás de la enorme cola que había formada.

En un último intento de aplicar la lógica nos colocamos en la cola de antes y triunfamos, fuimos los únicos que nos pusimos delante de la puerta a esperar mientras los demás nos veían como diciendo “éstos no tienen ni idea”. Así que nada, volvimos a coger los asientos de emergencia al entrar en el avión, pues teníamos razón y era aquella cola la que iba de vuelta a Alicante.

Ya desde las alturas nos despedíamos de aquel maravilloso viaje, recordando sesiones y anécdotas.

Antes de aterrizar tuvimos un pequeño percance en el avión. Al parecer, un par de macarras se lo pasaban bien tocando el botoncito de asistencia para que la azafata viniera para preguntarles si todo iba bien.

Los macarras y el jefe de azafatas estuvieron discutiendo durante un rato. El jefe tan tranquilo y educado soportaba las calumnias que el par de sujetos le soltaban.
Acabamos saliendo todos del avión excepto ellos que se quedaron sentaditos y callados a la espera de ser denunciados por la compañía.

En fin, ya estábamos de vuelta en Alicante.

Hasta que volvamos a encontrarnos, Marruecos.

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