Puede que con sólo leer el término sepas de qué estamos hablando, puedes imaginarte que se trata de surfear olas enormes provocadas por vientos huracanados o temporales de cambio de estación que generan mares mutantes, pero nosotros creemos que va más allá.
Con el transcurso de los años me he dado cuenta de que por mucho que pasen los días, nos hagamos mayores, tengamos más obligaciones, avancemos o nos estanquemos en el surf, nuestro espíritu se va haciendo más y más grande. Lo más curioso de todo es que el número de olas que llevas adquiere el valor de incontable y la sensación de estar sobre el agua es exactamente igual de excitante que el primer día; cuando ni siquiera sabías que debías ponerle cera a tu tabla o que la corriente era tan fuerte que para volver donde estaba tu toalla era mejor coger el autobús de línea.
También es muy curioso como vas conociendo a gente que, sin querer, está día a día contigo, en el pico; se pasa de unos cuantos "buenos días" a "vente de viaje con unos colegas a surfear por Portugal". Te das cuenta de que toda esta gente que vas conociendo comparte las mismas sensaciones que tú, independientemente de que sea mejor o peor, un soul surfer o un salta olas.
Pero ¿de qué sensaciones hablo?
Cuando estamos a la espera de las olas miramos las previsiones de oleaje todos los días para ver si nos cuadra un buen baño, que normalmente son fiables hasta con dos días de antelación. Si viene un buen temporal y la tabla de previsión marca metro y medio o dos metros de ola, los nervios se apoderan de nuestro cuerpo, las imágenes con olas y posibles maniobras idealizadas inundan nuestro cerebro provocándonos la inopia y desconexión del mundo exterior, sacando de quicio a más de uno o una.
Como describía mi buen compañero de olas Jorge, yendo con el coche con las ventanillas bajadas a tope a las seis de la mañana, con ese frescor característico para espabilarse un poco, sin atascos y la música de fondo; música que siempre nos acompaña. Llegando a la costa y observar el mar mientras esbozamos una sonrisa que acaba en carcajada de psiquiátrico, al mismo tiempo que el Sol enseña sus primeros haces de luz y agarramos con tanta fuerza el volante que se nos engarrotan los dedos.
O Calvé marcándose "Un Calvé" en mi cara mientras surfea.
Incluso esas imágenes que llegan a través del móvil, en las cuales se ven las piernas de tus amigos y los gallumbos por los tobillos, definiendo gráficamente los nervios que compartimos todos.
Esas ansias de mojarse y catar el spot, de surfear las olas, de sortearlas haciendo el pato y abrir los ojos para ver como el rizo te peina, escuchar el sonido crispado que hace el agua cuando pasa entre las rocas y moluscos pegados a éstas o los gritos de lujuria de tus colegas mientras les ves sacando medio cuerpo o las quillas por detrás de la ola.
Y un buen grito de Didi diciendo "¡Rock 'n Roll !" mientras haces el takeoff de tu vida o Guille gritando "¡Sonríe Lupa!".
Para mí, todo esto es el heavy surfing.
Espero que Iván se refiriese a todo esto cuando me hizo descubrir el término.
Foto: Pablo Calvé en Almería.
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