02 abril 2015

Teoría de los colores



De la misma manera que no todas las personas sentimos las cosas de igual forma; tenemos gustos diferentes, escuchamos diferentes tipos de música, distintas canciones favoritas, unas personas nos parecen feas, otras guapas, pero esas mismas son guapas para algunas y feas para otras... podría darse el caso de que no percibamos los colores de la misma manera.

Un color es de ese color debido a la luz que refleja sobre un cuerpo, absorbiendo ciertas ondas electromagnéticas y desprendiéndose del resto mientras que bla bla bla...

Desde que nacemos y tenemos la capacidad para ver a través de nuestros ojos observamos todos los colores que hay a nuestro alrededor. A su vez, nos dicen que el cielo es azul, las nubes son de color blanco, la hierba es verde, las montañas marrones y el mar es de un azul turquesa.

Cuando la luz es ténue, los colores se apagan puesto que se reflejan menos, hasta tal punto que por ejemplo, en la luz de atardecer, si vemos objetos o personas a contraluz veremos figuras opacas perfectamente perfiladas, como sombras sin detalles, bocetos de cosas. Vemos el mundo más simple.

Pero como cada persona es un mundo, podríamos ver cada color de distinta manera. Aún así, el cielo seguiría siendo azul, las montañas marrones, el mar turquesa... ya que desde el principio nos han dicho que esos colores tienen ese nombre y esas mismas cosas son de ese color para todo el mundo independientemente de que cada persona sienta de una forma o de otra.

¿Y si la longitud de onda la interpretáramos de diferente manera? mis nubes podrían ser tu verde, mi hierba podría ser tu naranja, el mar lo puedes ver como mi rosa palo, las montañas rojas y ¿el color carne?

Aún así, seguiremos llamando al cielo por su nombre de pila, Azul.

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Foto: Luis Alemañ

27 agosto 2014

Qué es el Heavy Surfing


Puede que con sólo leer el término sepas de qué estamos hablando, puedes imaginarte que se trata de surfear olas enormes provocadas por vientos huracanados o temporales de cambio de estación que generan mares mutantes, pero nosotros creemos que va más allá.

Con el transcurso de los años me he dado cuenta de que por mucho que pasen los días, nos hagamos mayores, tengamos más obligaciones, avancemos o nos estanquemos en el surf, nuestro espíritu se va haciendo más y más grande. Lo más curioso de todo es que el número de olas que llevas adquiere el valor de incontable y la sensación de estar sobre el agua es exactamente igual de excitante que el primer día; cuando ni siquiera sabías que debías ponerle cera a tu tabla o que la corriente era tan fuerte que para volver donde estaba tu toalla era mejor coger el autobús de línea.

También es muy curioso como vas conociendo a gente que, sin querer, está día a día contigo, en el pico; se pasa de unos cuantos "buenos días" a "vente de viaje con unos colegas a surfear por Portugal". Te das cuenta de que toda esta gente que vas conociendo comparte las mismas sensaciones que tú, independientemente de que sea mejor o peor, un soul surfer o un salta olas.

Pero ¿de qué sensaciones hablo?

Cuando estamos a la espera de las olas miramos las previsiones de oleaje todos los días para ver si nos cuadra un buen baño, que normalmente son fiables hasta con dos días de antelación. Si viene un buen temporal y la tabla de previsión marca metro y medio o dos metros de ola, los nervios se apoderan de nuestro cuerpo, las imágenes con olas y posibles maniobras idealizadas inundan nuestro cerebro provocándonos la inopia y desconexión del mundo exterior, sacando de quicio a más de uno o una.

Como describía mi buen compañero de olas Jorge, yendo con el coche con las ventanillas bajadas a tope a las seis de la mañana, con ese frescor característico para espabilarse un poco, sin atascos y la música de fondo; música que siempre nos acompaña. Llegando a la costa y observar el mar mientras esbozamos una sonrisa que acaba en carcajada de psiquiátrico, al mismo tiempo que el Sol enseña sus primeros haces de luz y agarramos con tanta fuerza el volante que se nos engarrotan los dedos.

O Calvé marcándose "Un Calvé" en mi cara mientras surfea.

Incluso esas imágenes que llegan a través del móvil, en las cuales se ven las piernas de tus amigos y los gallumbos por los tobillos, definiendo gráficamente los nervios que compartimos todos.

Esas ansias de mojarse y catar el spot, de surfear las olas, de sortearlas haciendo el pato y abrir los ojos para ver como el rizo te peina, escuchar el sonido crispado que hace el agua cuando pasa entre las rocas y moluscos pegados a éstas o los gritos de lujuria de tus colegas mientras les ves sacando medio cuerpo o las quillas por detrás de la ola.

Y un buen grito de Didi diciendo "¡Rock 'n Roll !" mientras haces el takeoff de tu vida o Guille gritando "¡Sonríe Lupa!".

Para mí, todo esto es el heavy surfing.

Espero que Iván se refiriese a todo esto cuando me hizo descubrir el término.

Foto: Pablo Calvé en Almería.

31 marzo 2014

Morocco, episodio 10



Episodios anteriores: #1 #2 #3 #4 #5 #6 #7 #8 #9

Nos pusimos en pie a las 8 y media de la mañana. La pobre Laura estuvo vomitando toda la noche.

Recogimos lo que nos quedaba, los neoprenos mojados, las quillas desmontadas de las tablas; estaba casi todo listo para irnos. Dejamos las llaves en casa de Mohamed como nos había dicho, nos acercamos a las verja de su casa y las lanzamos para adentro.

No había nadie por las calles del pueblo, estarían todos descansado después del festival nocturno que se pegaron.

Ya encaminados Pablo llamó a Mohamed para devolver el coche. El pobre hombre estaba durmiendo y Pablo entre gritos y repeticiones no logró aclararse con él.

Paramos en Agadir para dejar a Nahum y a Laura que iban a seguir su camino. Unos cuantos abrazos y con algo de pena nos despedimos de ellos. ¡Qué buena gente!

Encaminados hacía Marrakech fue como si todos los marroquís viniesen a despedirnos. Había un montón de gente por todas partes, no se podía avanzar por la carretera pues estaba todo colapsado debido al ramadán.

En mitad de la autovía decidimos hacer una parada para cambiar de conductor y echar una meadita. Estiramos las piernas y me puse al volante para seguir el camino. A los pocos segundos nos cruzamos con la policía, ¡por los pelos! no queríamos saber qué nos hubiese pasado si nos hubieran visto meando en el arcén.

Hacía un calor insoportable, casi era mejor subir las ventanillas que mantenerlas bajadas.

Nos estábamos quedando sin gasolina así que decidimos tomar la siguiente salida. Suerte la nuestra que era justo esa salida la que teníamos que coger para desviarnos hacia el aeropuerto.

Volvemos al modo arcade, con miles de coches y motos por todos los lados. Hubo un momento que una grúa nos adelantó y nos quedamos mirándola. Llevaba un coche remolcado por la parte delantera con una mujer al volante y una niña en el asiento del copiloto. El marido iba junto al conductor de la grúa y notamos que algo fallaba en aquel enganche. La grúa continúo y nosotros paramos a poner gasolina.

Al rato volvimos a coger la carretera y vimos como la grúa arrancó el parachoques delantero del coche que remolcaba. Menuda estampa; todo el camino lleno de trocitos de coche y este tirado en medio de la calzada. Si es que no parábamos de ver cosas, no pudimos contener la risa.

Llegamos al aeropuerto sanos y salvos para devolver nuestro Sublime-car y con una hora de antelación, así que genial. Incluso nos llevaron el equipaje hasta la puerta oye.

Dentro del aeropuerto empezamos a ver a la gente típica de Alicante, con esas caras y esa educación tan peculiar. Facturamos las tablas mientras nos peleamos con un abuelo que intentaba colarse. Ya estábamos de vuelta a la rutina.

Nos quedaba un buen rato hasta que el avión saliese así que nos gastamos nuestras últimas monedas en unos bocatas y algo de beber.

Hubo un poco de retraso así que la gente ya estaba algo nerviosa. Se levantaron todos de sus asientos para empezar a hacer la cola en una de las puertas que supuestamente eran. No teníamos claro si era en esa o en la puerta donde nosotros estábamos así que nos pusimos detrás de la enorme cola que había formada.

En un último intento de aplicar la lógica nos colocamos en la cola de antes y triunfamos, fuimos los únicos que nos pusimos delante de la puerta a esperar mientras los demás nos veían como diciendo “éstos no tienen ni idea”. Así que nada, volvimos a coger los asientos de emergencia al entrar en el avión, pues teníamos razón y era aquella cola la que iba de vuelta a Alicante.

Ya desde las alturas nos despedíamos de aquel maravilloso viaje, recordando sesiones y anécdotas.

Antes de aterrizar tuvimos un pequeño percance en el avión. Al parecer, un par de macarras se lo pasaban bien tocando el botoncito de asistencia para que la azafata viniera para preguntarles si todo iba bien.

Los macarras y el jefe de azafatas estuvieron discutiendo durante un rato. El jefe tan tranquilo y educado soportaba las calumnias que el par de sujetos le soltaban.
Acabamos saliendo todos del avión excepto ellos que se quedaron sentaditos y callados a la espera de ser denunciados por la compañía.

En fin, ya estábamos de vuelta en Alicante.

Hasta que volvamos a encontrarnos, Marruecos.

24 marzo 2014

Morocco, episodio 9



Episodios anteriores: #1 #2 #3 #4 #5 #6 #7 #8

Era nuestro último día de surf así que nos levantamos pronto para aprovecharlo al máximo. Rezamos todo lo que pudimos para ver si teníamos una buena sesión de despedida.

Nos preparamos un buen desayuno, cogimos las cosas y salimos pitando del piso en busca de la sesión del viaje.

Laura y Nahum decidieron ir andando hasta Anchor Point. Nosotros llegamos antes y vimos que no había nada de nada, nos entró un bajón increíble al ver que no íbamos a poder surfear nuestro último día.

Carlos se salió del coche cuando vinieron estos dos y se fueron los tres andando hasta Le Source. Pablo y yo seguíamos con nuestro Logan.

Dejamos el coche en el descampado de siempre y pudimos ver una izquierda que rompía, bastante limpia y chula pero no era en Le Source, era al otro lado antes de llegar. Se veía poca profundidad y una gran lastra con piedras que cubría el fondo marino.

Nos asomamos a Le Source para comparar. Vimos una olita bastante chula pero algo floja.

Entonces lo vimos claro, Killer Point partía la pana. Estaba cayendo una ola de derechas de 2 metros y medio muy limpia. Carlos y yo nos apresuramos para ponernos el traje e irnos corriendo mientras que Pablo y Nahum se quedaron en el pico de en frente del coche, el primero que vimos.

Para llegar hasta el pico tuvimos que andar, bordeando el acantilado gracias a la marea baja, unos 10 minutos. Pasábamos por las cuevas y yo me paré para dejar una parte de mí mientras Carlos seguía andando perdiéndome de vista.

Llegamos a un punto donde el agua no nos dejaba pasar pero aún estábamos lejos del pico, así que decidimos abrocharnos el traje y meternos al agua.

Carlos dejó su tabla en la arena para ponerse el traje pero el muy espabilado no se dio cuenta de que venía una serie de olas. La tabla se estampó contra el acantilado mientras yo le pegaba la bronca. Me miró con cara de circunstancia y empezamos a reírnos.

Ya remando, bajo nuestras tablas podíamos ver, a través del agua cristalina, una lastra de dimensiones infinitas que se metía muy adentro. Ahí es cuando entendimos lo bien que rompía aquella ola, no existía ni una pizca de arena en el fondo.

Estuvimos un buen rato remando en diagonal para llegar hasta el pico. Veíamos como las series rompían a nuestro lado y nos dimos cuenta de que aquella ola se parecía mucho a La Punta, el pico de Alicante. Esa forma de cuchara que tenía entre el límite de dos playas nos hizo creer que estábamos como en casa, pero con derechotes.

Nos pegamos una buena sesión Carlos y yo. Unos takeoffs en el aire muy chulos, cutbacks y reentries a punta pala y como no, nos pegamos unos piñotes muy serios. El takeoff del momento se lo llevó Carlos, poniendo los pies sobre la tabla cuando estaba suspendido en el aire mientras giraba para bajar el derechón que le estaba empujando. Yo me llevé la ola más larga, en la cual me dio tiempo a hacer unos cuantos cutbacks y un par de giros chulos en la cresta.

Disfrutamos como grandes enanos aquellas 2 horas de surfing con aquella ola tan potente. Estábamos solos así que íbamos una detrás de otra.

Al cabo del rato vinieron dos personas, un australiano y un anti social con pintas de pro; entonces empezó a subir la marea. Con el cambio la ola desapareció de repente y nos vimos flotando, en medio del océano con una remada larguísima para llegar a la playa. Ya no podíamos salir e ir andando hasta la costa, tuvimos que salir remando desde el pico.

Nos las vimos bastante putas para salir de allí, estuvimos 25 minutos remando contra corriente hasta La Source.

Cuando llegamos a la orilla vimos que estaba cayendo una mini ola de medio metro muy chula, así que nos quedamos un rato más a juguetear. Nahum y Pablo se animaron y se metieron con nosotros.

Al rato salimos para ir al pueblo y comer algo. Queríamos recuperar fuerzas para pegarnos otra sesión por la tarde.

Llegamos a Taghazout, compramos pan de pita, wakamole, tomate y fruta. Nos preparamos como unas pizzas con una capa de wakamole y rodajas de tomate, estaba buenísimo (gracias Nahum y Laura). Yo preparé la ensalada de frutas con kilos y kilos de azúcar para espabilar.

Un poco de siesta, pues Carlos y yo estábamos sin brazos de tanto remar, y nos pusimos en marcha. Nos dirigimos a Banana Village. Dejé allí a Carlos y a Pablo para volver al pueblo y recoger al resto.

Justo antes de entrar al pueblo, tomando la última curva iba conduciendo con una sonrisa de oreja a oreja, cual niño con una bolsa repleta de caramelos. Podía ver a Nahum y a Laura sentados en una repisa esperándome cuando de repente cogí un bache con el coche, yo seguí como si nada, pero el policía que estaba en la entrada del pueblo se me quedó mirando sospechosamente. Nahum y Laura no podían parar de reír. - Pero, ¿qué pasa? - dije yo. Entre risas me comentaron la jugada. Al parecer iba yo tan feliz con mi sonrisa de oreja a oreja cuando pillé el bache de la carretera y entonces se me abrió el maletero sin yo darme cuenta, por eso el policía me miró de aquella forma pero yo, seguía siendo el chaval más feliz del pueblo.

Después de unas risas metimos las tablas en el coche y nos fuimos corriendo para pillar nuestras últimas olitas.

Cuando llegamos vimos una olita de un metro súper glassy y divertida. Nos fuimos todos al agua con aquel calor sofocante.

A Carlos y a mí nos entró un ataque de risa muy serio, como no. Estábamos haciendo el payaso imitando al Andy Irons del viaje y después de la situación bautizada como “Ojo ola, ¡cuidado teta!” (que no pienso explicar) no pudimos surfear durante 5 minutos, no no, no podíamos movernos por culpa de aquel ataque que casi nos ahoga. Fue increíble.

Estuvimos toda la tarde surfeando y algo nostálgicos tras saber que aquella iba a ser nuestra última tarde pillando olas en la costa de Marruecos.

Pablo se salió y al rato me salí por fuerza mayor, pues me mordí la lengua al intentar salir de un tubo que me cerró a traición. Carlos se quedó un rato más en el agua.

Laura y Nahum llevaban un rato fuera así que Pablo les llevó al pueblo mientras Carlos seguía pillando sus últimas olas. Yo me quedé fuera, envuelto en la toalla y con el bañador empapado viendo a mi colega surfear.

En cuanto Pablo volvió, nos pusimos los tres mirando al horizonte con las sonrisas en la cara, nos metimos en el coche y nadie dijo nada hasta que llegamos al pueblo. ¡Hasta la vista Moroccan Surf!
Volvemos todos a casa para comentar la sesión, ducharnos y recoger las cosas.

Era nuestra última noche allí por lo que decidimos pegarnos un buen festín en nuestro restaurante de siempre. Nos pedimos para cenar tajine de cuscús, verduras, carne y pinchitos de pollo con patatas fritas. Para finalizar unos crepes de chocolate y té de menta a cuenta de la casa. Estaba todo delicioso.

Con las barrigas llenas nos despedimos de la gente del restaurante que tan bien nos habían atendido, fuimos a casa de Abdul para darles un abrazo a él y a Marcus (al final le perdonamos los 50 dirhams) y volvimos a casa para terminar de recoger las cosas.

Se nos acabó el chollo y el ramadán. Era la fiesta de clausura, la noche en la que no duermen y se pasan la madrugada comiendo y bailando.

Buenas noches.